Los países europeos a través de las políticas de cooperación y por
decisiones presupuestarias asumidas por los gobiernos destinan fondo para
inversiones en los países de África, por ejemplo, ayudando financieramente a esos gobiernos en
infraestructuras o en emergencias. Pero está claro que eso solo sirve para
seguir enriqueciendo a la élite gobernante y a toda su corte. Pero no repercute
en el pueblo porque los ciudadanos de esos países son cada vez más pobre, más
marginados y sin ninguna esperanza. Los jóvenes africanos ven una luz de
superación del drama que viven ellos y sus familias cruzando el mar
Mediterráneo. Tumba de esperanzas truncadas, de sueños golpeados por el
peligro, la soledad y el abandono incluso de quienes los pueden auxiliar.
Las personas preferimos vivir en nuestro hábitat, con nuestras
familias, en nuestro entorno conocido, en nuestra cultura. Pero para que eso
sea posible tenemos que tener paz, libertad, trabajo y el esfuerzo colectivo de
convivencia digna. No es justo que en países ricos en recursos naturales y
culturales unos pocos se hayan adueñado de todo incluidas la dignidad y las
ilusiones del pueblo, y sean los único que puedan vivir. El resto, que suele
ser el 90% no tengan ni siquiera garantizados los mínimos de subsistencia.
A quién tenemos que ayudar? Yo creo que a los ciudadanos y ciudadanas
a través de instrumentos que les permitan trabajar en su entorno, crecer como
colectivo, humanizar el progreso, apoyar
el orgullo de pertenencia a sus territorios y a sus culturas e ilusionar a los
jóvenes para que se formen y sigan luchando por sus iguales.
También habrá que renovar las políticas migratorias, seguir concienciando
a los habitantes del mundo que solo generalizando el bienestar podremos
disfrutarlo de verdad y obligar a los mandatarios y ricos de esos países, que
llamamos pobres, a redistribuir la riqueza que por siglos se han
apropiado.
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